En México se imparten 41 carreras universitarias de danza en clásico, contemporáneo y folclor. Cada vez egresan profesionistas mejor preparados, pero cada vez hay menos espacios escénicos para los grupos y se reducen, cada día más, los recursos públicos destinados a impulsar la producción coreográfica. Esta es la realidad de una comunidad siempre en vilo.
La danza mexicana reporta una amplia diversidad tanto en corrientes como en estilos. Pero la situación de las compañías, bailarines, coreógrafos, investigadores y promotores es precaria. En la búsqueda de nuevos mecanismos que contribuyan a paliar esta circunstancia, la comunidad dancística le ha entregado a las comisiones de Ha- cienda y Crédito Público y de Cultura de la Cámara de Diputados una propuesta para que, en coordinación con las instituciones del Estado, realicen modificaciones a la Ley del Im- puesto sobre la Renta que permitan otorgar estímulos fiscales a los contribuyentes del ISR que aporten recursos económicos a la producción, exhibición y difusión de la danza nacional a través del mecanismo Efidanza, una figura fiscal similar al Eficine y el Efiteatro que ya funcionan.
Mientras en el país crece la oferta académica y se incrementa el surgimiento de nuevos colectivos de danza, prevalece la escasez de recursos públicos y privados e infraestructura para el desarrollo de este arte escénico. Tan sólo, en 2011, se presentaron en la Coordinación Nacional de Danza del INBA 152 propuestas coreográficas para el Distrito Federal, las cuales involucran a más de dos mil personas (entre creadores, intérpretes, proveedores, diseñadores y realizadores), además de los numerosos proyectos dancísticos que hay en la República Mexicana y que revela un panorama de la riqueza de coreografías, de grupos y de artistas profesionales que no están encontrando una vía para su consolidación.
Aunque esfuerzos institucionales lograron establecer una red de festivales de danza, ésta es insuficiente porque no cubre la demanda de espacios de exhibición para el ballet, la danza folclórica, la danza contemporánea y el flamenco. Sobre todo porque son escasos los teatros a nivel nacional que programan esta disciplina. Con esa situación, los coreógrafos y compañías que durante meses estuvieron en un proceso para dar forma a sus propuestas se enfrentan a la limitante de las casi ya acostumbradas cortas temporadas, además de la necesidad que se tiene de espacios y salones para ensayos.
Debido a que los funcionarios de las instituciones culturales de la última década han establecido que, pese al considerable incremento de recursos públi- cos al subsector Cultura de la SEP, “el Estado ya no puede ser el único responsable de propiciar el fortalecimiento y desarrollo de la danza”, esta comunidad resalta la necesidad de encontrar otros actores sociales para construir un nuevo escenario que posibilite modernos esquemas de producción, una mejor distribución y difusión de las obras de la danza nacional y lograr, con ello, un mayor impacto social y artístico en México y en el extranjero.
Se trata de generar contextos nuevos y esquemas de financiamiento en donde la mejora en las condiciones de producción permita fortalecer el ámbito laboral de los actores del hecho escénico dancístico. De ahí la propuesta a la Cámara de Diputados para que establezca el Estímulo Fiscal a la Danza (Efidanza).
En medio de esta propuesta, Héctor Garay -director de VITARS / Fomento Cultural- organizó el tercer coloquio La Danza Vale, en coordinación con la Dirección de Danza de la UNAM. El también promotor considera que si bien la danza se realiza a partir de la relación fundamental creador-intérpretes-público, la manera en que se van enlazando estos elementos está determinada por formas de producción y políticas públicas. En ese sentido, se vislumbra la necesidad de encontrar métodos innovadores para aprovechar la enorme riqueza de creaciones y generaciones de profesionales de la danza que ya existen. Buscar y aprovechar las posibilidades de generación de recursos de la actividad artística:
-Luego de 25 años -afirma Garay- se ha llegado a un tope, a un techo, en los apoyos que otorga el Estado, como las becas del programa México en Escena del Fonca, que son insuficientes. Debemos entrar a una etapa para el financiamiento de grupos y compañías dentro de un esquema mixto. Por eso hemos propuesto a los legisladores el Efidanza con la finalidad de ir un paso adelante de los subsidios que brinda el Estado e ir a un desarrollo profesional a partir de un fundamento creativo, pero con necesidades más complejas: creación, producción, di- fusión, consumo. Hemos pensado que las dificultades que enfrentamos son individuales. Sin embargo, ésta es una necesidad colectiva, no sólo porque hay más bailarines, más compañías, sino también por la complejidad social que se vive en el país.
En el coloquio se expuso las condiciones de este arte escénico en sus diversos géneros. Para Alfonso Loranca -pro- fesor de danza folclórica en la Escuela Nacional de Danza Nellie y Gloria Campobello del INBA-, este género se encuentra en una profunda crisis debido a varios factores: a una misma práctica se le nombra de distintas maneras; es decir, a esta danza se le denomina folclórica, regional, popular, tradicional, de proyección folklórica y, recientemente, danza patrimonial. Además, la escenificación de la danza sólo proyecta imágenes que ya no le dicen nada a la gente. Aunado a esto, hay una ausencia de diálogo entre el coreógrafo y los ejecutantes, y no existe la investigación como punto de partida para la creación de propuestas escénicas.
Loranca asegura que la danza folclórica ha caído en ese espacio donde sólo se muestra una situación aparente; es decir, se han incorporado elementos de otras técnicas que sólo la han llevado a ser un espacio donde la folclorización, lo exótico, es lo único que ve el espectador, cuando las danzas tienen una función social para las comunidades de donde se extraen esta expresiones. Por ello, el reto de los coreógrafos es trasladar esos elementos de orden simbólico al escenario para que la danza le transmita conocimiento a la sociedad, ya que en este momento la folclórica se ha quedado vacía, en lo aparente y no le está mandando ningún mensaje al espectador.
-Esta manifestación -dice Loranca- ha estado repitiendo imágenes y más imágenes que se han ido legitimando históricamente, pero a nadie le dice ya nada. En este momento las personas que nos dedicamos a la danza ya empezamos a caer en un hartazgo de ver exactamente lo mismo y de que esto sea hasta una demanda en nuestros espacios laborales. Uno se esfuerza por ir a las comunidades, comprender los contextos, el origen de las danzas, su función social entre las comunidades. Pero llegamos a las escuelas y se nos pide montar, cada 10 de mayo, “El jarabe tapatío” porque hemos caído en estereotipos. Eso es lo que la gente quiere seguir viendo debido a que nosotros no hemos encontrado la forma de mostrarles algo más enriquecedor.
Otro aspecto que resalta el profesor de danza para mostrar esta crisis es la ausencia de diálogo entre los actores: “El bailarín es la mediación entre el público y la idea primaria del coreógrafo. El creador parte de un referente cuando observa la realidad y empieza a dotar de significado el espacio con su obra. Esa transición del espacio como un lugar físico a un espacio como campo de significaciones. La pregunta es: ¿qué le queremos decir al bailarín, que es nuestro intermediario, para que a su vez lo exprese al espectador? En ese sentido no existe un dialogo en la danza folklórica; es decir, el coreógrafo se limita a lo técnico y el bailarín lo complace. Por eso, para trascender las propuestas coreográficas que ya no me están diciendo nada, es necesaria la investigación in situ, de campo, seria, rigurosa. Pero el reto más importante es lograr que la mediación (el bailarín) logre vivenciar estos elementos de orden simbólico que se generan en las comunidades y pueda trasladarlos a su cuerpo con el fin de establecer un diálogo entre el bailarín y el espectador.”